Wednesday, 30 October 2013

POETA O POETISA.





Es importante reflexionar que encierra cada palabra, su significado lingüístico pero también lo que ello representa socialmente y los ordenamientos que ello construye. Muchas veces creo pensar que inocentemente muchas personas incluidas mujeres dicen poetisa a las mujeres que escriben poesía, sin saber su significado histórico y por que se creo esa palabra. Dejamos algunas reflexiones aquí para seguir tomando responsabilidad y como continuamos luchando las mujeres aun en este siglo por una relación mas equitativa dentro de la sociedad no solo como mujeres si  no como profesionales. Me parece como dicen muchas mujeres que las palabras universales como el termino poeta para el o la que crea poesía y el genero que lo concreta acaso cambiara su esencia, tal vez su forma o enfoque pero no su significado fundamental. No comprendo entonces por se trata de manera asolapada darnos una categoría menor o descategorizarnos en nuestro derecho. Dejo con ustedes aquí unas reflexiones interesantes .



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POETA O POETISA?

October 30, 2013 at 7:17am

Rocío Silva-Santisteban Escritora
Según la Academia de la Lengua, lo correcto es que se utilice el término “poetisa” para hablar de una mujer que escribe poesía. ¿Y por qué será que a las poetas de mi generación nos irrita que nos llamen poetisas? La sencillez con la que determinan los géneros la RAE y su diccionario no tiene en con- sideración lo que Carlos Monsiváis ha denominado, en este preciso caso, la “visibilización de la mujer en la literatura para invisibilizarla mejor”, y es que el término está cargado, por lo menos en América Latina, de una cierta mofa, de un cierto desprecio,
de una manera de convertir a una poetisa en una escritora de segundo orden. En este caso la diferen- cia —lo que reivindican desde hace años las femi- nistas— ha servido para crear una suerte de gueto dentro de la propia literatura, donde las “poetas que escribían como poetisas” no iban a tener nunca el acceso a la “gran literatura”. Por eso, desde Blanca Varela hasta la fecha, nosotras las mujeres que es- cribimos poesía queremos ser poetas sin ninguneos, sin guetos, sin miradas de lado o mundos literarios de segundo orden.cultura
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Escojo este ejemplo, que me atañe, pues es la si- tuación anversa del reclamo de la inclusión en el lenguaje. ¿A qué se refiere? Pues precisamente a que, en la medida en que las reglas de la gramática, desde su catalogación por las ordenanzas de Carlos III, siempre han sido totalmente androcentristas, las feministas han insistido casi machaconamente en exigir un lenguaje que incluya a las mujeres para, precisamente, participar de este “sujeto del conocimiento”.
El tema es complejo pero, por desgracia, se ha trivializa- do. Hoy en día escucho cada vez más críticas y comenta- rios de colegas —generalmente varones— aburridos de la necesidad de estar diciendo todo el tiempo “los y las estudiantes”, “las y los colegas”, “los niños y las niñas”. Se trata pues de esa “corrección política” impuesta por los formatos de la ONU, la OEA, el Banco Mundial, la OEI y el resto de instituciones y financieras internacio- nales que requieren de un “eje transversal de género” en sus proyectos para complacer sus requerimientos de igualdad.
Esta es simplemente la consecuencia monótona de un punto mucho más relevante y que hoy solo se discute en foros ultraespecializados: el hombre, como “yo cognoscente”, ha dejado de ser el paradigma. ¿Qué significa esto? Que es imposible, hoy por hoy, leer un tratado de antropología que esté saturado de la palabra “hombre” como sinónimo de ser humano (y más aun después del descubrimiento en Etiopía de los restos más antiguos del primer “hombre”, que ha sido una niña de 3 años, apodada Selam, con 3,3 millones de años). Hoy las mujeres lectoras no nos sentiremos “extrañas” ante textos que organizan todo el conocimiento sobre la tierra con la palabra “hombre” como sujeto de las acciones de una civiliza- ción. Desde la incidencia de las feministas la palabra hombre ha sido reemplazada por ser humano. La verdad, no está tan mal, considerando que la cabeza de Olimpia de Gouges, en 1793, cayó bajo el filo de la guillotina tan solo por proponer “los derechos de la mujer y la ciudadana”.

Pero esto tiene una implicancia mucho más tras- cendental de la que podría vislumbrarse: ¿Por qué el hombre sigue siendo el sujeto de las leyes?
¿Por qué, en el derecho laboral, los permisos por maternidad son considerados “excepciones”, si en realidad la mayor masa laboral está en las mujeres y no en los hombres? ¿Acaso no es posible que la mujer sea el paradigma de la legislación laboral peruana? Ahí lo dejo.

Por eso, no me parece que el tema de la inclusión —y esto también para el caso de la “inclusión de las mi- norías”— deba ser reivindicado por los colectivos que luchan por la igualdad, como es el caso de las feministas. La inclusión, en este sentido, presupone que existe un UNO y que el otro o la otra que han sido invisibilizados, deben ser “invitados” a formar parte de este UNO. Es decir, en el caso de las mujeres, se mantiene dentro de una lógica androcéntrica. Este lenguaje inclusivo no dinamita la esencia de la discriminación: no reflexiona sobre la “otredad” como espacio para la construcción de un paradigma ajeno, diferente, plural, disidente. No advierte que lo realmente justo para las mujeres no es adscribirnos a una igualdad en la que el modelo sigue siendo el varón.

Por eso mismo, mi propuesta consiste en señalar que no podemos seguir considerando a las mujeres como las otras de las sociedades, de los sistemas simbólicos, de los imaginarios y, por lo tanto, de las normatividades. A su vez, legislar para hombres y mujeres en función de una igualdad jurídica soslaya las reales diferencias —incluso, las diferencias en- tre los diversos tipos de mujeres—. La experiencia demuestra que las excepciones y la discriminación positiva son indispensables para sacar adelante la promoción de la mujer en torno a problemas graves como salud reproductiva y derechos laborales. Pero la discriminación positiva no debería entenderse como una excepción a las normas en tanto se es mujer, sino como una construcción normativa basada en la mujer como centro de la legislación.

En otras palabras, es necesario precisar en los discursos culturales, jurí- dicos e institucionales que la mujer es el paradigma epistemológico. Esto es, que la mujer por ella misma debe ser el centro de las leyes, de los estudios, de los análisis y de las interpretaciones.

Pareciera que se trata solo de una sutil diferencia, pero no es cierto. Es un cambio radical.

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